Con motivo del Año de la Fe, el primer fin de semana de mayo se dieron cita en Roma cientos de cofradías, hermandades y asociaciones de piedad popular para celebrar tres intensas jornadas de peregrinación en Roma.
El viernes y el sábado participaron en catequesis por idiomas en varias iglesias cercanas a San Pedro, realizando la profesión de Fe con una peregrinación desde el Obelisco de la plaza de san Pedro hasta la tumba del apóstol.
Durante la Misa, el Santo Padre pronunció esta homilía.
Queridos hermanos y hermanas, habéis tenido valor para venir con
esta lluvia… El Señor os lo pague.
En
el camino del Año de la Fe,
me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada de manera especial a las
Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los
últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento. Os saludo a todos con
afecto, en especial a las Hermandades que han venido de diversas partes del
mundo. Gracias por vuestra presencia y vuestro testimonio.
1.
Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de los sermones de despedida de
Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena.
Jesús confía a los Apóstoles sus últimas recomendaciones antes de dejarles,
como un testamento espiritual. El texto de hoy insiste en que la fe cristiana
está toda ella centrada en la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al
Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se
indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a
Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio. Dirigiéndose a vosotros,
Benedicto XVI ha usado esta palabra: «evangelicidad». Queridas Hermandades, la
piedad popular, de la que sois una manifestación importante, es un tesoro que
tiene la Iglesia, y que los obispos latinoamericanos han definido de manera
significativa como una espiritualidad, una mística, que es un «espacio de
encuentro con Jesucristo». Acudid siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad
vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y
comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido
fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa
con el Señor. Caminad con decisión hacia la santidad; no os conforméis con una
vida cristiana mediocre, sino que vuestra pertenencia sea un estímulo, ante
todo para vosotros, para amar más a Jesucristo.
2.
También el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos habla
de lo que es esencial. En la Iglesia naciente fue necesario inmediatamente
discernir lo que era esencial para ser cristianos, para seguir a Cristo, y lo
que no lo era. Los Apóstoles y los ancianos tuvieron una reunión importante en
Jerusalén, un primer «concilio» sobre este tema, a causa de los problemas que
habían surgido después de que el Evangelio hubiera sido predicado a los
gentiles, a los no judíos. Fue una ocasión providencial para comprender mejor
qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por
nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero notad cómo las
dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí entra un
segundo elemento que quisiera recordaros, como hizo Benedicto XVI: la
«eclesialidad». La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se
vive en la Iglesia, en comunión profunda con vuestros Pastores. Queridos
hermanos y hermanas, la Iglesia os quiere. Sed una presencia activa en la
comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han
dicho que la piedad popular, de la que sois una expresión es «una manera
legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia» (Documento
de Aparecida, 264). ¡Esto es hermoso! Una manera legítima de vivir la fe,
un modo de sentirse parte de la Iglesia. Amad a la Iglesia. Dejaos guiar por
ella. En las parroquias, en las diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de
vida cristiana, aire fresco. Veo en esta plaza una gran variedad antes de
paraguas y ahora de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y
variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, la variedad
reconducida a la unidad y la unidad es encuentro con Cristo.
3. Quisiera añadir una tercera palabra que os debe caracterizar: «misionariedad». Tenéis una misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecéis, y lo hacéis a través de la piedad popular. Cuando, por ejemplo, lleváis en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto externo; indicáis la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a vosotros mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifestáis la profunda devoción a la Virgen María, señaláis al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen gentium, 53). Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, vosotros la manifestáis en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo así, ayudáis a transmitirla a la gente, y especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños». En efecto, «el caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador» (Documento de Aparecida, 264). Cuando vais a los santuarios, cuando lleváis a la familia, a vuestros hijos, hacéis una verdadera obra evangelizadora. Es necesario seguir por este camino. Sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios. Sed misioneros de la misericordia de Dios, que siempre nos perdona, nos espera siempre y nos ama tanto.
Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Tres palabras, no las olvidéis: Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia ese santuario tan hermoso, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.
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